Ana María Shua - Las Cosas Que Odio Y Otras Exageraciones

Poemas absurdos. Literatura infantil argentina. Literatura.
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ANA MARÍA SHUA con la colaboración de Paloma Fabrykant LAS COSAS QUE ODIO Y OTRAS EXAGERACIONES Alfaguara Infantil 2011 – (1998) LAS COSAS QUE ODIO L AS COSAS QUE ODIO Odio que me acaricien la cabeza y que me escriban mal el apellido. Odio toda la fruta excepto las cerezas. Odio a los árboles porque tienen arañas y a las películas dobladas en España. Odio que nos visite gente extraña porque me obligan a poner la mesa. Y también odio que nos visiten conocidos porque saben cómo se escribe mi apellido, pero siempre me acarician la cabeza. M ASCOTAS Odio que no me dejen tener mascotas. No pretendo jirafas no pido focas, solo quiero un amigo con quien jugar, peludo y calentito para abrazar, y no esos tontos peces para mirar. Y como en casa no entran perros ni gatos porque mamá me dice que dan trabajo me fui solo a la feria, (la de animales) y compré tres mascotas esta mañana que tengo aquí escondidas bajo la cama. Son grandes y peludos y lustrosos, hacen piruetas y son cariñosos, son buenos, obedientes y educados mis tres microbios domesticados. AYUDANDO AL DOCTOR Yo quisiera, doctor, pero no puedo mostrarle mi garganta. Hay cavernas rosadas, hay un mar de saliva que navegan siete barcos piratas. Si yo bajo la lengua, doctor, los valientes marinos naufragan. Usted, que es tan amable, no va a querer hacerse responsable de que yo me los trague. Tampoco es posible por ahora que me apriete muy fuer te la barriga. Yo sé que a usted le gusta, para eso estudió medicina, para apretar la panza de los niños mientras les sonríe con cariño. Sucede que tengo un ser extraterrestre paseando por mis pobres intestinos. Si lo aprieta en el lugar equivocado se transforma en un bicho con colmillos, me roe por dentro, se escapa de mí y se le mete a usted por la nariz. Con el mismo termómetro, doctor, debería tener más cuidado. Si me pone el huevito de mercurio a empollar bajo el brazo van a nacer termometritos nuevos. Son hambrientos, rebeldes y pequeños ¿ya pensó con qué va a alimentarlos? Doctor, usted corre peligro: yo quisiera ayudarlo pero si usted insiste en revisarme no voy a poder salvarlo. ME ENCANTAN LOS DENTISTAS Yo tengo una amiga con más dientes de los que usa la mayoría de la gente. Tenemos muchas cosas en común: nos gusta la ensalada de atún, los domingos canjeamos revistas, y a las dos nos encantan los dentistas. Mi amiga es tan prolija y obediente que jamás comería un caramelo por cuidar de sus muelas y sus dientes. En su vida probó una golosina porque sabe que el azúcar es dañina. Y siempre se limpia con hilo dental para que nada le vaya a hacer mal. Pero a veces su mamá la reta un poco: “Diana Laura, perdoname que te insista: aunque luego te cepilles bien a fondo, no está bien que te comas al dentista. ¿Por qué no te por tás como tu amiga, que es ejemplo de buena educación? Aunque vea un odontólogo sabroso se conforma con darle un mordiscón. O DIO ESPECIAL , SÓLO DE LUNES A VIERNES Peor que una pesadilla, más molesto que mi hermana, más feo que usar horquillas, o comer comida sana. Más ácido que pastilla de aspirina atragantada, y más triste que una ardilla con la patita quebrada. Más molesto que una astilla que se te queda clavada es esa tonta manía que no sir ve para nada. Es lo que hago cada día menos el fin de semana, con lo linda que es la cama: ¡levantarme temprano a la mañana! LA ME JOR DE L AS HORAS POSIBLES A la hora precisa en que grandes panteras lustrosas y temibles acechan a sus presas, ojos verdes, pieles negras. En el minuto exacto en que el rumor del día se apaga dando paso al misterio y a la sombra, al beso y al zarpazo. En el preciso instante en que el ojo del mundo parpadea y se abre: la hora en que el león despier ta en la sabana, cuando el mar y la luna se acercan y se aman, la hora en que mi estrella amanece y me llama, la hora en que las brujas vuelan por las ventanas... ¡Justamente a esa hora me mandan a la cama! YO ODIO BAÑARME , ¿Y USTED ? Odio bañarme cuando el agua está caliente. Castañetean los dientes y me arden las rodillas lastimadas. Entro muy despacito, acalorada, y no me gusta nada. Odio bañarme cuando el agua está muy fría. Me da piel de gallina. Se me ponen las rodillas coloradas. Tengo que entrar de golpe, congelada, y no me gusta nada. Odio estar en el agua tanto rato: no soy nutria, ni hipopótamo, ni pato. Soy una niña de piel delicada que pronto me va a dañar tanta lavada, al quitarle sus aceites naturales. ¡Los baños no son sanos ni normales! Odio bañarme porque el agua es aburrida mala, tonta, molesta, enjabonada: aunque no esté caliente ni esté fría, ¡igual está mojada! L OS VALIENTES TAMBIÉN ODIA N Todos los vampiros almuer zan conmigo. Las víboras llegan a la hora del té. Yo de las arañas soy íntimo amigo y un fantasma chico me trae el café. Si hasta el hombre lobo viene al lado mío cuando el pobrecito necesita mimos. Por eso les digo, seguro y tranquilo: para tener miedo no tengo motivos. Sólo porque duermo tapado hasta arriba, sólo porque dejo la luz encendida me enoja que quieran negar la verdad: Miedo tendrán los cobardes, ¡yo odio la oscuridad! P OR AMOR A MI PELO TODO MÍO Odio la leche con nata. Odio la sopa fría. Pero más que nada odio ir a la peluquería. Huiré con mi pelo escondido en un casco de cuero y metal. Es par te de mi cuerpo, es todo mío, y no pienso dejármelo cor tar. Y si con con y le al fin un malvado peluquero mi pelo adorado se ensaña, magia haré que vuelen sus tijeras cor ten bien cor tas las pestañas. Quiero que me haga sombra el verano, quiero usarlo de abrigo en el invierno, quiero que crezca tranquilo hasta el suelo: durante todo el año quiero ser un extraño en su casita de pelo. Mami, tenés que saber que tomé una decisión: Si me rapan otra vez ¡nunca más dejo que cor tes las uñas de los pies! P ERO LOS PAYASOS , ¡ NO ! Me gusta mirar las nubes y tratar de ver qué son, me gustan el mar y la arena y jugar al dominó. Me gustan mucho los circos (pero los payasos, no). Quiero a todos mis amigos por mis padres siento amor, hasta quiero a mi maestra y a veces al director. Quiero ir a los cumpleaños (pero con payasos, no) Me encanta cuando hacen postres la crema del batidor. Me encanta la luna llena con su cara de doctor. Me encanta que me disfracen (pero de payaso, no) Tengo miedo cuando cruzo por las barreras del tren. Les tengo miedo a las Cosas que existen y no se ven, a las arañas, los bichos (y a los payasos, también). ¡S I ES POR ELLOS QUE TE PIDO ! No te lo pido por mí, sino por ellos: son tan chicos, son tan tiernos, son callados, son tranquilos, son alegres, son amigos. Te lo pido por Pamela, por Silvio, Gloria y Miguel, por Alicia, por Gabriela, por Romina y Ezequiel, por sus padres y sus tíos, sus abuelos y sus primos, sus cuñados, sus sobrinos, sus esposas, sus maridos, sus amores, sus vecinos... Te lo pido por sus hijos, por los que viven en mí, los que están siempre conmigo y adonde voy me acompañan. No te lo pido por mí: ¡Es por ellos que te pido que no me pases, mamita, el peine fino! L OS REGALOS Yo no sé por qué siempre nos regalan cosas útiles que no sir ven para nada. A una víbora que es amiga de mi gato le trajeron cuatro pares de zapatos. A una sirena que vive en el mar le regalaron una soga de saltar. Al tigre más feroz de la pradera su abuelita le compró una ensaladera. A un ombú le dejaron en la copa cinco pasajes de avión para Europa. Su tía le trajo un vestido de novia para que se case de blanco la momia. ¿Qué esperan que haga la ostra René con ese precioso jueguito de té? ¡Y después me piden que tome la sopa si quiero juguetes y me traen ropa! O DIO L ASTIMARME L AS RODILL AS Cómo envidio a las ardillas porque corren trepan saltan se caen y se levantan. ¡Qué vida de maravilla! Y jamás se lastiman las rodillas. Mis rodillas, como ancianos marineros, tienen mirada de experiencias tristes. Tienen surcos, moretones y dolores tienen viejas y nuevas cicatrices. En sus marcas se leen los recuerdos de manchas, escondidas y carreras. Mis rodillas te cuentan, como un tango, la historia de mi barrio y sus veredas. Tanta grava, empedrado y pedregullo se compraron las pobres en su vida que hoy son dueñas de toda mi ciudad y la mitad del resto de Argentina. Cómo envidio al caracol porque se arrastra tranquilo con sus cuernitos al sol. ¡Qué historia de maravillas que debe ser la vida sin rodillas! O DIO VIA JAR EN AUTO Viajar en auto es bobo, no es nada diver tido, y de tan aburrido es casi parecido a no poder dormir : ¡yo quiero haber llegado pero no quiero ir! No quiero contar autos como ovejitas blancas que saltan una cerca que pasan que pasamos que van para otro lado no quiero ver las torres de la electricidad volando tan veloces que no alcanzo a contar. Y mi hermanito llora, papá siempre se enoja, mamá nos grita basta, y siento olor a naf ta y quiero irme a mi casa. Si miro a la distancia parece que la ruta está toda mojada. Mamá dice “Qué lindo, eso es un espejismo”. A mí me da lo mismo: ni me parece lindo, ni me parece bello para ver espejismos en vez de andar en auto prefiero ir en camello. T ODOS LOS NO No toques a los perros por la calle, a los gatos tampoco, no toques los faroles, las paredes o los cocos, no toques mis papeles, no toques mis car tera, no toques la tele, la computadora, la heladera, la nariz, el gomero, el techo, la vajilla, no toques las estrellas, los monos, las vainillas, no toques la perinola, la llave, la bombilla, no te subas a la silla, no te subas a la mesa, no te subas al ropero, a la ventana, a mi cabeza, a la luna, a la escalera, al escritorio, no te subas a la cama, al trampolín, a la cer veza, ni al cohete, ni al colectivo, ni a la reja. No comas fruta que esté verde o esté sucia, no comas nada que cualquiera te convide, no comas maderitas, ni pasto, ni frambuesas, ni piedras que se atragantan, ni arena, tierra o basura, no comas de la fuente, de la lata, de la mesa, y por favor no te comas las orejas. No pises la ropa, los pasteles, el charquito, no pises mis zapatos ni a tu hermano chiquito no pises... Decía mi mamá, hablándome despacio pero yo no le hacía ningún caso. O RDENAR LOS JUGUE TES José Federico Eduardo ordena siempre su cuar to. Guarda todos sus juguetes, con gran esmero y cuidado: jamás los deja tirados. José Federico Eduardo, ¡qué chico tan ordenado! José Federico Eduardo tiene un secreto en su cuar to: sus juguetes no saben jugar. No corren, ni se divier ten, ni pelean, no saltan, no se esconden y no vuelan, sus juguetes nunca cambian de lugar porque son sólo plástico y madera, aserrín, baterías y metal. Y son muy diferentes de los míos: mi cuar to nunca está muy ordenado pero todos mis juguetes están vivos. O DIO L A ROPA NUE VA Odio la ropa nueva. Si la eligió mi abuela, me queda fea. Si la eligió mamá, me queda mal. Si yo mismo elegí, me arrepentí. Adoro mi ropa vieja, es suave, es linda y es fiel, es calentita y mimosa, es como mi propia piel. La ropa nueva huele mal es odiosa no es normal la siento encima todo el tiempo me pica mucho en todo el cuerpo no me la olvido está siempre ahí es un grano en la nariz. ¡La ropa nueva no es para mí! Nunca más quiero estrenar más que ropa bien gastada, vieja, rota y remendada. Pero eso sí: tiene que haber sido usada solamente por mí. D ÍAS LOS EXAGERADOS DE TODO MAL Si te quedan los pies siempre al revés al poner te los zapatos, y tu brazo no se encuentra con la manga de tu saco. Si la hoja se te rompe al pasar el borratinta y te pusiste las medias con el talón para arriba, y no te encajan las piezas del tonto rompecabezas que te regaló mamá. Y si las torres de cubos no quieren dejarse armar, y solo por ser bajito no alcanzás el mostrador, los grandes pasan primero y te ignora el vendedor, si te quieren convencer de que ya vas a crecer, yo no tengo solución, solo tengo una canción. Y por eso te convido a que inventes otro verso enojado y deprimido para cantarlo conmigo. LA PEQUEÑA A NALÍA G ARCÍA La pequeña Analía García, caminando distraída, sin pensar, pisó un chicle por Pampa y la vía y ya nunca se pudo despegar. Pasaron las horas y los días. Sus padres le llevaban de comer. Pasaron las semanas y los meses. Analía empezaba a crecer. Terminó la primaria en la calle. Las maestras la ayudaban a estudiar. Analía era linda y los muchachos le decían piropos al pasar. Tuvo un novio que allí la visitaba. Se casó, pero no se despegaba. Pasaron los meses y los años: Analía empezaba a envejecer. Andaría por los ochenta y pico, cuando un nieto fue a verla con su hijo, y el bisnieto, simpático, le dijo después de mirarla largo rato: “Si querías despegar te, bisabuela, ¿por qué no te sacaste los zapatos?” LA NIÑA OLVIDADIZA Romina Brodo perdía todo. Yendo a la playa perdió la malla. Yendo a la escuela perdió una muela. Una mañana perdió a su hermana, perdió el cuaderno y una banana. De vuelta a casa mamá furiosa le dijo: “Nena, pero qué cosa, segunda muela, quinta banana, ¡y cuar ta hermana que vas perdiendo esta semana!”. Pero Romina no contestaba porque no oía que la retaban. Estaba sorda y no por vieja: perdió en la calle sus dos orejas. EL E X TRAÑO CASO DE M ARCELO A Marcelo, hasta la edad de siete años, no le había pasado nada extraño. Pero un día hubo un hecho estrafalario: Marcelito decidió ser un canario. La mamá andaba bastante preocupada: su hijo comía mijo y aleteaba. Imitando a una paloma de la plaza aprendió a revolotear a lo torcaza. Se volvió por el aire hasta su casa y aterrizó tranquilo en la terraza. Se hizo amigo del loro de su tía y conversan entre ellos todo el día. Como ya no le gusta más su cama, ahora duerme parado en una rama. Los vecinos llamaron a los diarios por el caso del niño canario. Un gato fue a atacarlo, equivocado, y Marcelo lo hizo en estofado. Decían por la tele al poco rato: “¡Canario gigantesco come gato!”. LA HISTORIA DE G USTAVO F ILIPELLI Por correr en un día de lluvia Gustavo Filipelli resbaló, cruzó mal la avenida patinando y por poco lo pisa un camión. Tenía tal impulso Filipelli que de un solo terrible resbalón llegó hasta la misma cordillera, y en las montañas casi se estrelló. Embocó la cordillera por un paso, cruzó Chile con un único empujón y en mitad del Océano Pacífico se encontró resbalando sin control. Venía tan rápido el muchacho que rozaba la espuma sin hundirse. En la Isla de Pascua estuvo a punto de voltear una estatua antes de irse. Atravesó toda Australia, África entera sin siquiera cambiar de dirección, atravesó el Atlántico imparable se llevó de recuerdo un tiburón, y llegó hasta la puer ta de su casa todo junto en un mismísimo envión. La aventura de Gustavo Filipelli me inspiró un pensamiento muy profundo. Nunca corras en días de lluvia si no planeaste dar la vuelta al mundo. EL COLECCIONISTA El famoso Alfredo Julián Altavista fue desde niño un gran coleccionista. Coleccionaba piedras y revistas, joyas falsas, caretas y lunares, arena de playas de todos los mares, ilusiones, agujas y tapitas, cáscaras de banana, papas fritas, agujeros, estrellas y vainillas. Coleccionaba objetos asombrosos pero también boletos y estampillas. Tanto creció su loca colección que ya desbordaba de su habitación. Conver tida en auténtica amenaza, terminó por invadir toda la casa. Cuando Alfredo empezó a ser conocido en el país y en Estados Unidos, el municipio le prestó una plaza, que a los pocos meses resultaba escasa. Alfredito tenía que mudarse de su casa casi todas las mañanas y de la plaza una vez a la semana. “Sólo podré mostrar mi colección”, se dijo Alfredo, con cier to dolor, “si renuncio a toda clasificación: si renuncio a poner todos juntos los lunares con forma de pera, si renuncio a que estén alineadas mis sesenta millones de tijeras, si sopor to que estén separadas las ocho mil cuarenta enredaderas. Sólo podré mostrar mi colección, si el mundo entero es una exposición”. Desde entonces, cada pasto, cada luna, cada grito, canción, arroyo, espuma, cualquier cosa que tengas en la mano, mi mamá, los juguetes de tu hermano, el sol, las pesadillas, un gusano, yo que estoy en mi casa escribiendo y cualquiera que aquí me esté leyendo, toda Europa, una pelusa y este verso somos par te de una gran exposición: la colección que ocupa el universo. LA VIDA ABURRIDA DE J OSEFA L ÓPEZ Josefa López Barroso se casó con su esposo. Fue sobrina de su tío, tomaba el helado frío, se calzaba los zapatos, llamaba “michi” a los gatos, cepillaba con cepillo, cor taba con el cuchillo y por orden del doctor pinchaba con tenedor. Si saltaba para arriba se caía para abajo. Y tenía por costumbre trabajar en su trabajo. Entraba por las entradas se vestía con su ropa y solía usar cuchara para tomarse la sopa. Un día comió comida, y al salir por la salida, se miró en el espejo, vio su propio reflejo, y descubrió aburrida que no estaba conforme con su vida. Josefa López Barroso decidió que quería cambiar : conocer gente nueva y diferente entrar cada día a otro lugar, se vino a vivir a este verso para poder venir te a visitar. EL BUDÍN DE H ERIBERTO PADÍN Heriber to Leoncio Padín decidió preparar un budín de tan gran tamaño que a lo largo de un año cinco mil ochocientos leones hambrientos no pudieron dar fin al budín de Heriber to Padín. Heriber to quería cubrirse de gloria con un budín que pasara a la historia. Usó quince mil huevos grandes, cuatro mil toneladas de harina, y metió siete hornos gigantes en su nueva y enorme cocina. Heriber to quería pasar a la historia, con un budín que quedara en la memoria. Diez bomberos cargaban la crema y la echaban a fuer za de manguera. Usaba helicópteros como batidoras y amasaba todo con aplanadoras. Heriber to quería quedar en la memoria y en el manual de lectura obligatoria. Tuvo cien ayudantes muy buenos, cocineros de gran calidad, pero nadie podía animarse a decir la terrible verdad. Heriber to quería hacerse famoso con un budín de tamaño espantoso. Y recién cuando ya estaba listo y emprendía ese viaje tan largo para ir hasta el África en barco, un amigo sincero le dijo con dolor y con gran sentimiento: “No te creas que a mí no me duele, Heriber to Leoncio Padín, pero cómo seguir te mintiendo: enfrentá la verdad, Heriber to, los leones... no comen budín”. PAUL A Y L AS LUCES por Paloma Fabr ykant Paula Mercedes Giménez Abad amaba las luces en la oscuridad. De día se internaba en las cavernas para ver cómo brillaban las linternas. De noche, al acecho, con red de piolín cazaba luciérnagas en su jardín. Le encantaban las luces de colores y tenía ciento veinte veladores. Estuvo unos cuantos meses presa por llevarse un semáforo a su pieza. El problema grave empezó una noche, persiguiendo las luces de los coches. Paula miró al pasar una laguna y vio reflejada la luz de la luna. Sin pensarlo mucho se lanzó a buscarla, y así la perdimos a la pobre Paula. Pero algunas noches, en el agua clara, miramos la luna y vemos su cara. A J UAN LE GUSTABA L A FRUTA por Paloma Fabr ykant A Juan Carlos Viruta le encantaba la fruta. De chico le gritaba a su mamá cuando no le conseguía un ananá. Se casó con su novia Viviana, porque tenía cara de manzana y para mostrarle cuánto la quería la llevó esa noche a una frutería. Era el mejor amigo de cualquiera que lo convidara con kiwis y peras. Una noche raptó a una princesa con la boca como una cereza. Y el rey lo condenó a cruel castigo: hizo que un mago lo transformara en higo. Ahora Juan está al borde del abismo, ya casi no existe, se comió a sí mismo.