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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría
Año XXI – Julio/Sept. 2001 – Pgs. 35-53 Psicoterapia de la Crisis
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PSICOTERAPIA DE LA
CRISIS
José Luis González de Rivera y Revuelta
Resumen
La crisis es un síndrome agudo de estrés,
caracterizado por la ruptura brusca de la vivencia
de continuidad psíquica y por la respuesta activa
ante un proceso de cambio. El éxito en esta
respuesta favorece el desarrollo e integración de la
personalidad, mientras que su fracaso puede llevar
a una total desestructuración. La intervención
terapéutica requiere consideración del tipo y fase
de la crisis, de la personalidad y experiencias
criticas del sujeto, y de los condicionantes
socioculturales del entorno.
Palabras clave: crisis, psicoterapia estrés.
Abstract
Crisis is an acute stress syndrome,
characterized by sudden break of the psychic
continuity experience and by active response to a
change process. Success in this response favors
personality development and integration, whereas
failure carries the risk of total desestructuration.
Therapeutic intervention has to consider the type
and phase of the crisis, the personality and crisis
experience of the subject, and the sociocultural
conditions of the environment.
Key words: crisis, psychotherapy, stress
"Hay un flujo y reflujo en los asuntos de los hombres, que, si se toma en la subida, lleva a la
fortuna, y, si se descuida, toda la travesía de la vida queda encallada en bajíos y en miserias"
Shakespeare, en Julio Cesar.
I. El concepto de crisis
Es frecuente asociar la idea de crisis con
dificultad, riesgo y peligro. Sin embargo, la e-
sencia del concepto está más próxima a la de
cambio crucial, significativo o determinante.
Procede de la raiz sánscrita skibh- cortar, se-
parar, distinguir (1), asimilada por la voz grie-
ga krisis, decidir. El término fue usado por Hi-
pócrates para referirse al momento en el en el
que una enfermedad cambia su curso, para
bien o para mal. Corominas recoge esta rancia
raigambre médica al definir la crisis como "mu-
tación grave que sobreviene en una enferme-
dad, para mejoría o para empeoramiento", y
añade, como segunda acepción más amplia,
"momento decisivo en un asunto de importan-
cia" (2).
La observación diacrónica de numerosos
procesos naturales muestra interrupciones en
su continuidad, a partir de las cuales, si el pro-
ceso continúa, lo hace de manera diferente a
como lo había hecho hasta entonces. Este
punto de inflexión se corresponde tan bien con
el concepto hipocrático de crisis, que su des-
cripción puede servimos como definición. Así,
entenderemos como crisis una condición ines-
table, que se presenta en el curso de un pro-
ceso, y cuya resolución condiciona y modula
la continuidad del mismo. La crisis implica la
inevitabilidad de una transformación. En si
misma, es una organización inestable y transi-
toria; de ahí el matiz perentorio, incluso angus-
tioso, de su concepto. La incertidumbre y di-
versidad de posibilidades añade, por otra par-
te, la sensación de responsabilidad y de ries-
go: En efecto, la crisis puede marcar el em-
peoramiento o la destrucción del proceso, pe-
ro también su fortalecimiento y optimización.
Como dice Shakespeare por boca de Bruto, el
grado de acierto de la acción en momentos de
crisis marca la diferencia entre la miseria y la
fortuna.
La aplicación del concepto de crisis en sa-
lud mental presupone un principio de continui-
dad psíquica, entendido como una experiencia
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básica subyacente a todas las demás. La inte-
rrupción de esta vivencia de continuidad es in-
tolerable, y, si ocurre, debe ser rápidamente
reparada. Es evidente que los seres humanos
tienden a buscar una lógica interna en sus vi-
das, de tal manera que puedan entender su
desarrollo y prever su curso. El sentido de la
vida viene dado por esta lógica interna. La si-
tuación de crisis, al romper el flujo continuo de
la existencia, fuerza un replanteamiento vital,
obligando, a veces, a la construcción de un
nuevo sentido. En la situación óptima, la apo-
sición progresiva de vivencias personales, crí-
ticas o no, asegura la continuidad psíquica, la
unificación de la consciencia y la constitución
de una identidad autodefinitoria. Desde esta
perspectiva, podemos entender la crisis como:
una experiencia puntual que fuerza al indivi-
duo a reconsiderar en un plazo breve de tiem-
po el sentido de su vida. De ahí el riesgo y la
potencialidad creativa de las crisis.
Cuando el proceso de resolución de crisis
fracasa, la conciencia se fragmenta, las con-
tradicciones internas se acumulan y el sentido
personal de identidad se vuelve frágil y provi-
sional. Como primer intento de compensación,
las circunstancias y condiciones que amena-
zan la vivencia de continuidad son rechaza-
das, negando todo cambio y dificultad. Si esta
defensa fracasa, la clara experiencia de la
vida sin sentido conduce a la desesperación,
y, para evitarlo, puede producirse como se-
gunda línea de defensa la provocación o bús-
queda de situaciones de cambio, con conse-
cuencias a veces desastrosas.
Caplan (3), creador de la psiquiatría comu-
nitaria, propone definir la crisis como "un obs-
táculo que el sujeto encuentra en la consecu-
ción de metas importantes y que no puede ser
superado mediante sus estrategias habituales
de resolución de problemas". El papel patogé-
nico de las crisis viene de esta vivencia de
incapacidad, de la sensación de ser superado
por la situación, que puede acabar en una
renuncia masiva al proyecto vital, con pérdida
del futuro y desorganización de las capacida-
des de adaptación y defensa. De ahí que la in-
tervención en la crisis se considere como una
herramienta preventiva elemental en psiquia-
tría comunitaria (4).
Naturalmente, las consideraciones negati-
vas sobre la patogenicidad de las crisis no de-
ben hacernos olvidar sus potenciales efectos
beneficiosos. Toda crisis es un riesgo, pero
también una oportunidad. La intervención del
psiquiatra y del profesional de la salud mental
debe buscar, no sólo la prevención de mayo-
res males, sino también la optimización de los
recursos personales (5). De ahí la importancia
de los programas de formación profesional y
de sensibilización y educación de la población
en general. Sin ellos, los dispositivos sanita-
rios atenderán las situaciones de crisis con ba-
ja eficacia, e incluso con un posible grado de
iatrogenia.
Il. Estrés, Trauma y Cambio
Desde que Cannon y Selye definieron, ca-
da uno a su manera, el estrés fisiológico, el
concepto ha sido extrapolado a las ciencias
humanas, donde se le han atribuido significa-
dos diversos, como los de sobrecarga, exigen-
cia exagerada, respuesta normal a situaciones
anormales e, incluso, contrapartida fisiológica
de la ansiedad. Desde el punto de vista psico-
social, podemos distinguir tres aspectos o gru-
pos de factores que intervienen en esa pecu-
liar interacción entre un individuo y su medio
que denominamos estrés: a) Factores exter-
nos de estrés, que comprenden las circunstan-
cias y acontecimientos del entorno que exigen
un esfuerzo inhabitual del organismo para
adaptarse a ellos. b) Factores internos de es-
trés, de los que depende la respuesta automá-
tica del organismo ante esas exigencias exter-
nas, y c) Factores moduladores, variables del
individuo, como el estado afectivo, o del me-
dio, como el apoyo social, que no están direc-
tamente relacionadas con la respuesta de es-
trés, pero que modifican la interacción entre
factores externos e internos (6).
La morbilidad relacionada con el estrés
depende de la intensidad y duración de los
factores externos, de la reactividad individual y
vulnerabilidad interna, y de los condicionantes
("moduladores") que inhiben o fortalecen los
mecanismos de adaptación. Básico al concep-
to de estrés es el principio de homeostásis, o
equilibrio interno del organismo, que se man-
tiene constante frente a todas las variaciones
del entorno. Cuando la influencia del ambiente
supera o no alcanza las cotas en las que el
organismo responde con máxima eficiencia,
éste percibe la situación como peligrosa o de-
sagradable, desencadenándose una reacción
de lucha-huida y/o una reacción de estrés, con
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hipersecreción de catecolaminas y cortisol (
Ley General de la Homeostásis) (7)
Aunque los conceptos de estrés y trauma
suelen estar asociados, corresponden en reali-
dad a fenómenos distintos. El estrés implica
siempre una dinámica de resistencia, tensión y
lucha, que persiste mientras los factores exter-
nos lo exigen, o mientras dura la resistencia
del organismo. El trauma indica ya una ruptu-
ra, un fracaso de las capacidades de integra-
ción, una discontinuidad en la vida psíquica.
Lo que se llama estrés traumático no consiste
en una mera sobrecarga temporal de las
capacidades de adaptación, sino en una alte-
ración profunda y permanente del funciona-
miento mental. Por eso, las situaciones de es-
trés se recuerdan muy bien, mientras que los
traumas se acompañan siempre de amnesia
más o menos parcial. Para que un estrés se
convierta en traumático, es necesario que su
intensidad o su naturaleza superen las capa-
cidades de procesamiento del sistema nervio-
so, dando lugar a disrupciones permanentes
en la organización del mundo interno (8).
El cambio es parte fundamental de la exis-
tencia, verdad que constituye un elemento
esencial de la antigua filosofia china. "El hom-
bre sabio está siempre atento a la imperma-
nencia de todas las cosas", dice Confucio en
sus comentarios al I Ching, adelantándose 25
siglos a las modernas técnicas de inoculación
de estrés. La investigación psicofisiológica
muestra que la introducción de cambios o nue-
vas variables en una actividad altera los pára-
metros neurovegetativos y neuroendocrinos,
incluso cuando esos cambios facilitan la activi-
dad (7). Desde la más remota antigüedad es
conocida la influencia de grandes estreses y
traumas, pero el efecto de pequeños cambios
y acontecimientos normales no ha sido com-
prendido hasta los trabajos pioneros de Hol-
mes y Rahe (9). Según estos autores, cada
acontecimiento nuevo, por banal que sea, exi-
ge un reajuste de las funciones habituales de
la vida cotidiana. Un acumulo de muchos pe-
queños acontecimientos, en corto tiempo, pue-
de llegar a ser equivalente a una gran trage-
dia. Cada cambio en nuestras vidas puede ser
medido en "unidades de cambio vital", y la
suma de estas unidades refleja el estado de
nuestros factores externos de estrés por el pe-
riodo de tiempo considerado.
En el contexto de los síndromes de estrés,
puede bien decirse que una crisis es una
experiencia estresante, que en algunos casos
llega a ser traumática, y que casi siempre pro-
voca, o viene precipitada por, un cambio vital.
El elemento distintivo de la crisis es la convic-
ción o decisión interna de que la situación es
insostenible y que es preciso hacer algo para
transformarla. La motivación hacia el cambio
es una respuesta apropiada a la percepción
subjetiva de la naturaleza del estado de crisis.
III. La evolución de una crisis
El desarrollo de una crisis sigue un proceso
fásico, que se completa, habitualmente, en un
tiempo inferior a ocho semanas. Siguiendo a
Caplan (10) podemos diferenciar las siguien-
tes fases
Primera fase: Shock o Impacto agudo. Algo
ocurre, generalmente de manera súbita, o, por
lo menos, eso le parece al sujeto, que se sien-
te afectado profundamente, sin poder evitarlo
ni superarlo de la manera habitual en que ha-
ce frente a otros problemas. Junto al estrés
propio de la situación, se añaden pronto senti-
mientos de confusión e impotencia, desampa-
ro y desvalimiento. Inicialmente, cada indivi-
duo reacciona según sus pautas característi-
cas de reactividad al estrés, entre las que pre-
dominan la ansiedad, la irritabilidad y las mani-
festaciones psicosomáticas, aunque algunos
raros individuos experimentan entusiasmo y
aumento de energía (11).
Segunda fase: Desorganización critica.
Cuando todas las estrategias habituales de
afrontamiento y resolución de problemas fa-
llan, la tensión emocional aumenta, hasta ni-
veles insoportables. En este estado, diversas
actividades pueden ser emprendidas, no para
mejorar las cosas o resolver la situación, sino,
simplemente, para escapar de ella o para des-
cargar la tensión acumulada. Asi, no son infre-
cuentes en esta fase conductas psicopáticas o
"fuera de carácter", diversos tipos y grados de
abuso de tóxicos, conductas autodestructivas
y episodios emocionales bruscos. Característi-
camente, el sujeto despliega también activida-
des de búsqueda de ayuda, que pueden ser
apropiadas y bien programadas, o "gritos de
socorro" ineficaces y atropellados. Según em-
pieza a hacerse evidente la insuficiencia de
los recursos personales, y su disparidad con
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las exigencias de la situación, cada vez se ha-
cen más prominentes sentimientos depresivos
de indefensión y fracaso. France (12), aplican-
do la teoría de Séligman, distingue distintos
grados de indefensión en una crisis, según
que este sentimiento se adopte desde un pun-
to de vista personal o universal, permanente o
transitorio, y global o especifico. En el peor de
los casos, el estado de indefensión es perso-
nal, permanente y global, es decir, el individuo
se considera incapaz de afrontar una situación
que otro cualquiera podría resolver, no tiene
ninguna esperanza ni perspectiva de recupe-
rarse, y extrapola su convicción de incompe-
tencia e ineficacia desde el evento concreto a
todas las áreas de su vida. En el mejor de los
casos, el individuo considera su estado de
indefensión como inevitable y propio de la na-
turaleza humana, afectando la situación a
cualquier individuo tanto o más que a él mis-
mo (universal), está convencido de que pasará
(transitorio) y lo mantiene estrictamente res-
tringido al evento concreto, conservado sensa-
ción de eficacia en todas las demás áreas de
su vida (especifico).
Tercera fase: Resolución. Entre las múlti-
ples actividades que el sujeto despliega ante
el impacto inmediato de la situación, alguna
puede tener éxito, y la crisis se resuelve casi
sin llegar a plantearse. Pero en el desarrollo
típico de una crisis, los primeros intentos de
contraataque suelen fallar, y el individuo con-
tinúa sintiendo una creciente presión interna
por hallar una solución. La urgencia de la si-
tuación puede estimular su creatividad, lleván-
dole a descubrir nuevas estrategias de afron-
tamiento; o bien, puede encontrar nuevas
fuentes de ayuda, formar nuevas relaciones o
trabajar con profesionales o consejeros varios.
Esta fase es el núcleo central de la crisis, en la
que se toma una decisión, que puede signifi-
car la salida a través de la creación de nuevos
recursos personales y de un crecimiento inter-
no apresurado, o, por el contrario, a través de
la consolidación de mecanismos maladaptati-
vos de evitación y retraimiento. Lo cierto es
que, en un plazo de tiempo limitado, el sujeto
llega a una formulación más o menos cons-
ciente de la situación y de si mismo con res-
pecto a ella.
Cuarta fase: Retirada final. Si la crisis no se
resuelve, bien o mal, en las fases anteriores,
se llega a la fase final, que parece en cierta
forma análoga al estadio de agotamiento de la
reacción general de adaptación de Selye. La
retirada puede ser total, como a través del sui-
cidio, o parcial, que puede ser interna, como a
través de una desorganización psicótica o una
estructuración delirante, o externa, como en
un cambio radical de entorno, relaciones, acti-
vidad y hasta de nombre. En cualquiera de es-
tos casos, la crisis se termina, sea por la
muerte, sea por la negación de si mismo que
supone la psicosis, sea por la renuncia a todo
lo vivido hasta el momento de la crisis y el
inicio de una nueva vida. France (12) llama la
atención sobre la diferente calidad de las ten-
tativas de suicidio que tienen lugar en la fase
dos, que representan llamadas de ayuda o in-
tentos de solución, y las que tienen lugar en la
fase cuatro, que buscan directamente la muer-
te como manera definitiva de resolver la crisis.
En todo caso, es preciso tener en cuenta que
las tentativas de suicidio son frecuentes en las
situaciones de crisis, sobre todo en adolecen-
tes (13).
IV. Clasificación clínica de las crisis.
Clínicamente, podemos conceptualizar la
crisis como una situación transitoria de estrés,
cuya resolución requiere una decisión estruc-
turante, y en la que el sujeto tiene clara con-
ciencia de la disparidad entre el rendimiento
habitual de sus recursos y las exigencias de la
tarea critica (14). Las manifestaciones de este
estado dependen de la personalidad del suje-
to, de sus experiencias anteriores, incluyendo
su historia critica y traumática, de su entorno
socio-cultural, de la fase en que llegue a nues-
tra atención, y del tipo de situación que preci-
pite la crisis.
1. Personalidad del sujeto.
Como es de suponer, los rasgos de perso-
nalidad colorean la forma de afrontar la crisis,
estableciendo, en primer lugar, un filtro sobre
qué acontecimientos serán considerados co-
mo críticos (es decir, bloqueantes de las me-
tas importantes del sujeto) y cuáles no. Así, la
aparición de arrugas en la piel puede precipi-
tar una crisis en una mujer con rasgos histrió-
nicos, y pasar desapercibida a otra persona
que no considere la belleza física un elemento
importante de su identidad. En segundo lugar,
una vez inmerso en la situación de crisis, los
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rasgos de personalidad condicionan la prefe-
rencia por determinadas estrategias de afron-
tamiento y de resolución de problemas, tema
que ha sido admirablemente tratado por Mac-
Kinnon (15), y que no será repetido aquí.
Los dos parámetros de personalidad que
más nos interesan, tanto por su influencia pa-
toplástica como por su condicionamiento de
las intervenciones terapéuticas, son la madu-
rez y la flexibilidad. Entendemos por madurez
el nivel de estabilidad del autoconcepto e iden-
tidad psicosocial. La flexibilidad es el grado o
facilidad con que pueden formarse nuevas
estrategias y decisiones, renunciando a otras
que ya no cumplen el propósito por el que fue-
ron creadas.
Naturalmente, a mayor madurez de la per-
sonalidad, mejor capacidad resolutoria, menor
duración de la crisis y mejor salida de la mis-
ma. Es posible que la mayoría de los pacien-
tes que llegan a nuestra atención en la fase II
o en la IV de una crisis presenten diversos
grados de inmadurez, lo que es tanto como
decir de vulnerabilidad a la crisis. Por eso, las
mejores medidas preventivas ante las crisis
son aquellas que conducen al fortalecimiento y
desarrollo de la personalidad, es decir, una
buena educación. Sin embargo, desde el pun-
to de vista terapéutico práctico inmediato, la
intervención en la crisis no puede aspirar a in-
fluir de manera estructurante en la personali-
dad, debiendo conformarse con apoyar la
frágil identidad comprometida, identificar pron-
to el área en que debe concentrarse el trabajo
psicoterapéutico, y confiar en que las capaci-
dades creativas del paciente se avivarán ante
la necesidad del momento.
El repetido argumento sobre el valor curati-
vo de las crisis reposa en que, si todo sale
bien, no sólo ésta será superada, sino que el
sujeto avanzará en su desarrollo personal,
mejorando rasgos de vulnerabilidad o tenden-
cias francamente patológicas. Por eso, desde
el punto de vista de la teoría de la crisis, la
personalidad se considera en un equilibrio di-
námico, estructurado en base a decisiones y
pautas de adaptación formadas en experien-
cias previas, pero predispuesto a la reorgani-
zación, ampliación y transformación, según
sea necesario para responder a nuevas crisis.
La flexibilidad de la personalidad viene dada
por el grado en que el sujeto está abierto a
nuevas experiencias y por su disposición al
cambio interno. Aunque existe una cierta ten-
sión entre madurez y flexibilidad, no son prin-
cipios contradictorias, sino complementarios:
Puede decirse que el desarrollo óptimo y ar-
mónico de la personalidad lleva a una madu-
rez flexible y a una flexibilidad madura.
2. Experiencias previas.
Cada nueva crisis actúa no solamente por
si misma, sino además como un recordatorio
de crisis previas. En la medida en que éstas
hayan sido mal resueltas, su reactivación será
un estrés sobreañadido a la situación critica
actual. Por el contrario, en la medida en que la
resolución de crisis anteriores haya sido
eficaz, el sujeto enfrentará la nueva con mayor
confianza. Una historia de fracasos repetidos
en la resolución de crisis es de mal pronóstico
para la crisis actual, a menos que se consiga
poner estos fracasos en perspectiva, elaborar
las dificultades y bloqueos que impidieron re-
soluciones satisfactorias en el pasado, e in-
cluir entre las decisiones a formar durante la
nueva crisis la de "que no vuelva a pasar lo
mismo". Es por eso importante, en la evalua-
ción de un paciente en situación de crisis, ob-
tener una buena historia crítica, especialmente
en lo que se refiere a su actitud ante situacio-
nes similares anteriores. Las pautas de en-
frentamiento y las consecuencias experimen-
tadas anteriormente nos dan una clara pre-
dicción de las probabilidades en la situación
presente, y nos orientan hacia las avenidas te-
rapéuticas más eficaces.
A pesar de que, en teoría, una crisis se
resuelve en un plazo determinado, general-
mente estimado entre dos y ocho semanas,
hay muchos casos en los que, si las circuns-
tancias exteriores lo permiten, la crisis queda
fuera de la consciencia y de las actividades in-
mediatas, encapsulada, pero activa y pendien-
te de resolución. Cuando una nueva situación
evoca una crisis pendiente, la reacción conjun-
ta puede parecer catastróficamente exagera-
da. El terapeuta bien informado debe ser
consciente de que está asistiendo a la resolu-
ción, no sólo de la crisis actual, sino, sobre to-
do, de la crisis fantasma o "asignatura pen-
diente". De hecho, acontecimientos aparente-
mente banales pueden desencadenar una cri-
sis porque sirven de gatillo disparador de un
problema largamente larvado, que ya no pue-
de mantenerse por más tiempo fuera de la
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consideración consciente inmediata.
3. Condicionantes socioculturales
La educación, la cultura, y consideraciones
similares, influyen, en primer lugar, en que una
situación se considere como critica, o no. La
pérdida del trabajo del cabeza de familia, por
ejemplo, es una grave crisis en la mayoría de
los casos, pero algunas comunidades rurales,
con fuertes y amplios lazos familiares, y acce-
so a otros medios de subsistencia pueden a-
frontar la exigencia mejor que, por ejemplo,
una familia obrera urbana. El apoyo social, en
todos sus aspectos, es un importante modifi-
cador de la crisis, amortiguando el estrés e in-
crementando los recursos de afrontamiento,
tanto por aporte directo como indirectamente
por fortalecimiento auxiliar de la personalidad
del sujeto.
Las pautas culturales de afrontamiento y re-
solución de crisis, compartidas por la comuni-
dad y avaladas por una larga tradición, son su-
mamente útiles, y representan un sistema or-
ganizado de intervención y prevención en mu-
chas crisis previsibles y normativas. No es lo
mismo perder a un ser querido en un lugar
que conserva sinceramente los rituales de
duelo y atención a los moribundos, que en una
moderna factoría de salud. Las pautas cultu-
rales establecidas guían a la persona que se
enfrenta a la crisis en cuanto a su correcta
conducta y actitud, favorecen la adecuada ex-
presión emocional, aseguran el apoyo de fami-
liares, amigos y extraños, garantizan la trans-
misión de los bienes y responsabilidades del
muerto sin culpa, y, sobre todo, reconocen
que se trata de una crisis personal importante,
a la que hay que dedicar tiempo y sufrimiento.
La moderna (o postmoderna) tecnología de la
muerte y el duelo no permite ninguna de estas
cosas, y es responsable de la masiva nega-
ción de aspectos esenciales de la vida, con
graves consecuencias en cuanto a la salud
mental de la población.
El afrontamiento y resolución de crisis tam-
bién se puede aprender y compartir. La fami-
lia, como organización protectora responsable
inmediata de la educación del individuo, juega
en ello un papel principal. Como en tantas
otras cosas, es más el ejemplo viviente que la
normativa verbal lo que cuenta: Las crisis aje-
nas cuya resolución el niño tiene oportunidad
de presenciar, son mucho más estructurantes
que todos los consejos preventivos que pueda
recibir.
Una familia funcionante tiene capacidad pa-
ra repartir entre sus miembros el peso de una
crisis, tanto si es global como si afecta prin-
cipalmente a uno de ellos. Entre las posibilida-
des más frecuentes se incluyen: a) la distribu-
ción de papeles ante la crisis a afrontar, b) la
potenciación colectiva de sus recursos indivi-
duales, c) el descargo del rol familiar de la per-
sona más afectada en otro miembro, d) el apo-
yo emocional desculpabilizante y creativo.
Una familia disfuncional puede fácilmente
pervertir los mecanismos de la familia sana,
por ejemplo a) descargando el conjunto de sus
problemas individuales en un chivo expiatorio,
que se convierte así en el depositario de las
insuficiencias familiares; b) ventilando las ten-
siones derivadas de la crisis en agresiones in-
ternas y reproches culpabilizantes; c) exigien-
do despiadadamente al miembro en crisis el
cumplimiento de sus responsabilidades, fami-
liares u otras, o, por el contrario, d) eximién-
dole de manera extrema y permanente de las
mismas, lo cual acaba siendo una forma de
descalificación más que de ayuda.
El entorno académico o laboral también
juega un papel condicionante, a favor o en
contra, como depositario de pautas de apoyo
o de persecución en tiempos de crisis. El cre-
cientemente reconocido fenómeno de acoso
psicológico institucional (16) merece ser tenido
en cuenta, no tanto por su importante partici-
pación en la génesis de estados críticos, sino,
sobre todo, por el efecto inhibidor que tiene
sobre las capacidades de afrontamiento y re-
solución del sujeto. El terapeuta avisado debe
explorar esta posibilidad, y no asumir que toda
victimización está sólo en la mente del pacien-
te o ha sido causada por él mismo. La posibili-
dad de verbalizar, compartir, comprender y re-
accionar ante una experiencia de acoso es vi-
tal para recuperar la moral y confianza ante
una situación de crisis.
4. Tipos de crisis.
Aunque la teoría general se aplica a todos
los tipos de crisis, es importante para una in-
tervención apropiada tener en cuenta las cir-
cunstancias concretas en que pueden surgir,
tanto en cuanto a su contenido como en cuan-
to a sus aspectos formales. Con respecto a
estos últimos, es útil distinguir entre: a) Crisis
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generalizadas, que afectan a todo un grupo o
familia, y personales, que afectan sólo a un
individuo concreto; b) Crisis inesperadas e im-
previsibles, como catástrofes, accidentes de
tráfico, etc., en las que no es posible una pre-
paración previa, y anticipadas o previsibles,
como la muerte de un familiar mayor, un divor-
cio largamente anunciado, etc.; c) Crisis nor-
mativas, un tipo especial de crisis previsible,
relacionado con la emergencia de funciones y
necesidades nuevas en edades criticas; y d)
transiciones o cambios vitales importantes no
incluibles en los apartados anteriores, cuya
característica principal es que son, en gran
medida, conscientemente autogenerados.
Las crisis generalizadas son las que afec-
tan a todo un grupo, comunidad u organiza-
ción, y sus causas tienden a ser relativamente
objetivas y externas. Son éstas las circunstan-
cias que ponen a prueba la calidad del lide-
razgo establecido, y permiten la emergencia
del héroe, entendido como el individuo que to-
ma sobre si la carga y los problemas de la co-
munidad, y los resuelve. Por el contrario, las
crisis personales o privadas afectan a una per-
sona concreta, de manera relativamente inde-
pendiente al acontecer sociocultural general.
Aunque posiblemente interesantes para ella,
los problemas a resolver no afectan de mane-
ra central a la comunidad a la que pertenece
el individuo, por lo su respuesta es variable,
pudiendo llegar a no responder en absoluto. El
origen de las crisis personales, más que con
las circunstancias, está relacionado con una
particular combinación de carácter, oportuni-
dad y destino. En efecto, algunas personas a-
traviesan repetidamente crisis personales que
para otros son totalmente desconocidas, como
si estuvieran ensayando soluciones en la vida
real para aplicarlas a problemas que llevan en
su interior.
Aunque conceptualmente hemos incluido
aquí las crisis accidentales e imprevisibles, su
estudio concreto detallado pertenece al campo
del estrés traumático (8). Las crisis previsibles
están relacionadas con propiedades de la vida
humana, las estructuras sociales en que se
desarrolla, los usos y costumbres de su tiem-
po y lugar, y el entorno cultural inmediato o
dominante en que se integra.
Las crisis normativas, descritas inicialmente
por Erik Erikson (17, 18), son universales, en
el sentido de que ocurren en todos los seres
humanos, y, al mismo tiempo, personales, en
el sentido de que, para cada individuo, es una
vivencia intransferible, consubstancial a su
propio desarrollo psíquico. Cada ser humano
nace con un conjunto general de aptitudes,
capacidades y tendencias, que conforman una
constelación genética cuya actualización está
modulada por las influencias de la educación y
del medio ambiente. La maduración de la per-
sonalidad requiere el dominio secuencial de
una tarea psicosocial básica, especifica a ca-
da etapa del desarrollo. Cada crisis se plantea
como una oposición dinámica entre dos actitu-
des extremas que han de desarrollarse en el
curso de la relación interpersonal clave de esa
edad. Un extremo representa la actitud corres-
pondiente con la resolución óptima de la tarea
crítica y el otro, su fracaso total. Según van
sucediéndose las crisis normativas a lo largo
de toda la vida, su dominio progresivo asegura
una creciente integración y riqueza de la per-
sonalidad. La superación de cada crisis nor-
mativa se acompaña de la adquisición de una
virtud o cualidad humana básica, que Erikson
define como 'fuerza interna o cualidad activa',
cuyo ejercicio da evidencia del grado de reso-
lución de la tarea psicosocial correspondiente.
Cada dinámica crítica debe entenderse como
un continuo entre dos extremos, y no como
una dicotomía exacta. Por esta razón, es difícil
encontrar personas que hayan triunfado o
fracasado totalmente en alguna etapa del de-
sarrollo, siendo lo habitual haber alcanzado un
cierto grado de maestría en casi todas ellas.
La razonable superación de cada tarea crí-
tica a la edad apropiada, con la adquisición de
la habilidad psíquica correspondiente, sitúa al
individuo en condiciones óptimas de afronta-
miento para la siguiente fase de su desarrollo
psicosocial. Inversamente, cada fallo relativo
en una tarea dificulta el éxito en las etapas
subsequentes, y va marcando al sujeto con
sentimientos negativos específicamente aso-
ciados con cada una de esas crisis.
En el siguiente cuadro sinóptico presenta-
mos las etapas correspondientes a cada edad,
junto con su crisis psicosocial característica, la
persona relacionada con la tarea crítica, su co-
rrespondencia con la etapa de desarrollo psi-
cosexual según la clasificación de Freud, y la
cualidad moral que se adquiere con el éxito en
su resolución.
Las transiciones, pasajes o cambios vitales
Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría
Año XXI – Julio/Sept. 2001 – Pgs. 35-53 Psicoterapia de la Crisis
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Edad Crisis Psicosocial Persona relacionada Fase de Freud
Cualidad
moral
0- 2
Confianza,
desconfianza.
madre oral Esperanza
1- 3
Autonomía, vergüenza
y duda
padre anal Voluntad
3- 6 Iniciativa, culpa núcleo familiar fálica Decisión
5- 13
Industriosidad,
inferioridad
escuela latencia Habilidad
13-20
Identidad, difusión de la
identidad
Compañeros (grupo
de iguales)
Fidelidad
18-30 Intimidad, Aislamiento cónyuge genital Amor
20-30
Creatividad,
Ensimismamiento
hijos y dependientes Ternura
45-
Integridad,
desesperación
Humanidad Sabiduría
Fases de desarrollo psicosocial según ERIKSON, y su relación con las de desarrollo psicosexual de Freud
y la formación de las cualidades humanas básicas. Cada crisis se plantea como una oposición dinámica entre
dos puntos extremos, indicando el primero la resolución óptima de la tarea crítica, y el segundo su fracaso total
(Rivera, 1979)
importantes son crisis relativamente predeci-
bles, relacionadas con el propio proceso de
crecimiento / envejecimiento, y su ajuste en un
entorno social altamente regulado. Desde un
planteamiento diferente, Gail Sheehy (20)
coincide con Erikson en la periódica necesidad
de cambiar el marco de referencia que nos ha
guiado durante una etapa de nuestra vida, pa-
ra ajustarnos mejor a nuevas condiciones que,
de manera bastante predecible, surgen y se
establecen cada cierto tiempo. Algunos ejem-
plos son la constitución de una familia, el na-
cimiento de hijos, la adultez y emancipación
de éstos, la jubilación, las enfermedades gra-
ves o crónicas, los cambios fisiológicos rela-
cionados con el climaterio ... Desde este punto
de vista, es sorprendente que los sistemas e-
ducativos no preparen mejor a la población
para afrontar crisis que son, no sólo inevita-
bles, sino, sobre todo, parte del propio proce-
so vital. Muy por el contrario, algunas corrien-
tes socioculturales favorecen su negación, mi-
nando así la capacidad natural de adaptación
y afrontamiento. Algunos ejemplos son el culto
a formas de belleza poco naturales, el hedo-
nismo, la huida del compromiso en favor de la
conveniencia, la justificación de la injusticia y
la violencia, la perversión de la democracia a
través del clientelismo y el miedo...
La aceptación del cambio como parte natu-
ral de la existencia facilita enormemente su
manejo, y por eso algunos expertos, como
Bridges (21), recomiendan abiertamente pro-
gramas de psicoeducación preventiva. Dentro
de esta tendencia, el programa de Gestión
Creativa del Cambio (Creative Change Mana-
gement - CCM), estructurado en cuatro fases,
enseña y desarrolla conceptos, habilidades y
actitudes que facilitan el control y dirección del
tránsito entre dos estados, con el objetivo, no
sólo de que el segundo estado sea mejor que
el primero, sino, sobre todo, de que la persona
que atraviesa el proceso sea al terminarlo me-
jor de lo que era al comenzarlo (5). El primer
paso es la renuncia al estado anterior, proceso
equivalente al de duelo, porque no es posible
empezar nada nuevo mientras se siga aferra-
do a lo viejo. El segundo es el reconocimiento
de la inseguridad como un estado natural, en
el que se puede aprender y en el que es posi-
ble, y hasta interesante, vivir. El tercero es el
descubrimiento y estructuración de la nueva
Psicoterapia de la Crisis
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realidad. El cuarto es la integración de las
nuevas estructuras en un proceso de continui-
dad de la vivencia, que permite aprovechar y
dotar de sentido las experiencias pasadas. Es-
te método va más allá de la mera adaptación o
superación del estrés, potenciando las posibili-
dades de desarrollo personal inherentes a la
situación crítica.
V. Detección y Diagnóstico de las crisis.
Las manifestaciones externas o aparentes
de las crisis son variadas, múltiples y difíciles
de describir en términos operativos. Con fre-
cuencia, cumplen criterios de trastorno adap-
tativo o de trastorno posttraumático de estrés,
pero no todos los cuadros con esos diagnósti-
cos son crisis, ni todas las crisis llegan a ser
diagnosticadas. Gran parte de lo que denomi-
namos "morbilidad psiquiátrica menor", fenó-
meno muy extendido en la población, corres-
ponde probablemente a situaciones de crisis
sin detectar (22). Después de cierto tiempo,
muchas de estas situaciones acaban por cum-
plir los criterios de alguna condición de corte
depresivo, aunque también pueden cumplir los
de algún trastorno de ansiedad o de adicción.
El hecho de que las crisis sean difíciles de
diagnosticar como tales en sentido desemétri-
co estricto, junto con la importancia de su
detección precoz, nos obliga a replantearnos
la conceptualización del diagnóstico en psi-
quiatría. En otro lugar, he defendido el criterio
de que la actividad diagnóstica ha de estar en-
focada al beneficio del enfermo, esto es, la de-
tección del origen de su sufrimiento debe faci-
litar su erradicación o al menos su alivio, así
como la prevención de mayores males (23).
Las actuales tendencias diagnósticas, `ateóri-
cas', operativas y universalizantes, no facilitan
grandemente esta tarea. Para evitar confusio-
nes, antes de proseguir, recordaremos
algunos conceptos fundamentales (22):
El diagnóstico representa la decisión final
del médico con respecto a la relevancia pato-
lógica de una determinada agrupación de sig-
nos, síntomas y conductas. Los criterios es-
tandarizados aseguran una relativa constancia
del diagnóstico a través de todo el mundo,
particularmente en lo que se refiere a los tras-
tornos más intensos y mejor definidos. El mal-
estar subjetivo, por otra parte, es el sufrimien-
to, descontento o sensación desagradable que
un individuo experimenta en un momento de-
terminado, independientemente de cómo lo
exprese. La queja principal surge en la oca-
sión de la consulta con un profesional de la
salud, y representa una decisión del paciente
sobre los motivos apropiados para solicitar
asistencia clínica. Finalmente, la conducta de
enfermedad es la manera personal en que el
individuo interpreta su malestar subjetivo y
reacciona frente a él. La validez de un sistema
diagnóstico queda gravemente afectada si no
tiene sensibilidad a los tres últimos factores,
que a su vez están relacionados con la cultu-
ra, costumbres y actitudes del sujeto. El mal-
estar subjetivo no siempre es fácil de describir
en los términos operativos de la escuela de
Saint Louis. La queja principal puede ser re-
flejo fiel del malestar subjetivo, o bien puede
ocultarlo, deformarlo o tamizarlo para ajustar-
se mejor a normas culturales. La conducta de
enfermedad no siempre incluye el recurso a
profesionales cualificados, sobre todo si no se
percibe a éstos como proclives a escuchar y
entender todo lo que el enfermo necesita co-
municar.
Por otra parte, para que un diagnóstico sea
de beneficio al enfermo, es decir, cumpla sus
aplicaciones éticas (23), es necesario que o-
frezca indicaciones sobre los procesos subya-
centes en el sufrimiento o disfunción del enfer-
mo, tarea que Jimenez Diaz llamaba el "diag-
nóstico patogenético". En psiquiatría, esta for-
ma de diagnóstico requiere la consideración
continua de los factores psicosociales y psico-
dinámicos durante toda la entrevista.
VI. La intervención en la crisis.
Caplan y su escuela son los principales
constructores de la teoría y la práctica de in-
tervención en la crisis (3), pero el origen del
concepto debe reconocérsela a Lindeman
(24), que demostró la .importancia del trata-
miento intensivo breve en reacciones de duelo
subsecuentes a crisis inesperadas generaliza-
das. La intervención en la crisis es un proce-
dimiento especifico cuyo objetivo principal es
modificar la relación de fuerzas en lucha que
forman la crisis, incrementando la probabilidad
de inclinar la balanza hacia el lado positivo.
Una pequeña corrección de trayectoria en el
momento oportuno tiene grandes efectos.
Las cualidades del psicoterapeuta son cru-
ciales para este tipo de trabajo, por la extrema
José Luis González de Rivera y Revuelta
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susceptibilidad del paciente a la calidad de la
relación y su fácil influenciabilidad externa. No
hay técnica que funcione con un terapeuta
patoso o malévolo, e, inversamente, un buen
terapeuta acierta de manera intuitiva con la
acción apropiada, aún en las situaciones más
complicadas. Por otra parte, gran parte del
aprendizaje en el afrontamiento y resolución
de crisis tiene lugar de manera incidental, esto
es, por absorción progresiva de las actitudes
del terapeuta con ocasión de algunas de sus
intervenciones concretas.
1. La formación personal del terapeuta.
La formación en psiquiatría es inherente-
mente estresante, hasta el punto de que mu-
chos residentes en esta especialidad mues-
tran signos de estrés postraumático (25). Las
causas de este sufrimiento psíquico no depen-
den sólo de las dificultades y exigencias del
contacto interpersonal con el enfermo, sino
también de factores internos que favorecieron,
en primer lugar, la elección de la especialidad.
Es frecuente que, a lo largo del periodo de re-
sidencia, tenga lugar una crisis, relacionada
con la formación de la identidad profesional, y,
más profundamente con nuevos intentos de
resolución de problemas adolescentes reacti-
vados (26). En la salida óptima de esta crisis
se forman los rasgos de madurez que consti-
tuyen las cualidades esenciales del psicotera-
peuta: Empatia objetiva, Aceptación dinámica
del paciente, Tolerancia de la angustia, Li-
bertad de la consciencia, Ausencia de gratifi-
cación a expensas del paciente y Motivación
creativa (27). Al menos en cierto grado, las
cualidades psicoterapéuticas deben estar
constitucionalmente presentes, su desarrollo
óptimo se facilita con el tratamiento personal,
y el dominio de su aplicación clínica es entre-
nable con la metodología docente adecuada.
2. Establecimiento de la relación terapeútica.
Más que en otros contextos, la relación en
si misma es importante. La actitud empática,
genuina y sincera del terapeuta es esencial,
evitando muestras de compasión o conmi-
seración, y haciendo patente su interés por el
paciente y su crisis, especialmente en sus ele-
mentos subjetivos. La aceptación del paciente
en toda su dimensión, tanto en su sufrimiento
como en sus capacidades de autorregulación,
tanto en sus tendencias más creativas como
en sus afectos más negativos y destructivos,
favorece la comunicación y el desbloqueo.
Más que con instrucciones directas, la correc-
ta actitud del terapeuta trasmite de manera
incidental una sensación de cooperación y tra-
bajo, desculpabilizando y favoreciendo la recu-
peración progresiva de sentimientos de com-
petencia y eficacia.
Escuchar es esencial, dejando al paciente
la guía principal, pero introduciendo cuando
necesario pequeñas correcciones de trayecto-
ria que faciliten la clarificación, la catarsis, el
descubrimiento de los recursos personales y
la exploración de nuevas posibilidades de so-
lución. No se trata de contradecir, dar instruc-
ciones o convencer, sino de abrir canales
mentales hacia alternativas liberadoras del
círculo vicioso en que tiende a encerrarse. No
importa mucho acertar a la primera ni guiar
hacia un terreno prefijado; el proceso de co-
rrección de trayectoria es, en sí mismo, más
importante que sus contenidos concretos. La
experiencia de que las decisiones o conside-
raciones que uno va tomando no son forzosa-
mente necesarias, y que siempre existen alter-
nativas, va creando insensiblemente un fondo
de esperanza, a la vez de desarrolla una ha-
bilidad imprescindible para la resolución de
problemas.
3. Atención a preservar relaciones importan-
tes.
Anexo al establecimiento de una buena re-
lación terapéutica está el mantenimiento y me-
jora de las relaciones interpersonales clave.
No sirve dé mucho nuestro esfuerzo si el pa-
ciente debe enfrentarse después con actitudes
disfuncionales como las descritas en el apar-
tado de condicionantes socioculturales, o si la
propia situación de crisis ha ido generando
reacciones de rechazo, agresividad o distan-
ciamiento en sus personas de apoyo. Ideal-
mente, debe entrevistarse al cónyuge o per-
sonas importantes para evaluar su actitud e
instruirles sobre la mejor actitud para con el
paciente. No es infrecuente que esa persona
clave esté también sufriendo los efectos de la
crisis, y que pueda necesitar tratamiento, en
ocasiones con más urgencia y rendimiento
que el paciente designado. En caso de colabo-
ración negativa, puede ser necesario clarificar
con el paciente los sentimientos que sus rela-
ciones principales generan en él, ayudarle a
Psicoterapia de la Crisis
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entender y protegerse de las reacciones dis-
funcionales, y, extremo último muy importante,
prevenirle contra actitudes destructivas de re-
laciones importantes que él mismo pueda de-
sarrollar bajo los efectos de la tensión genera-
da por la crisis.
4. Técnicas de gestión o resolución emocional
Dar salida a respuestas emocionales conte-
nidas es prioritario en el tratamiento de la cri-
sis. La percepción y expresión de emociones
relacionadas con la pérdida y el duelo son es-
pecialmente importantes. Algunos concomitan-
tes fisiológicos, como el llanto, han sido con
frecuencia bloqueados por la educación, y el
paciente puede necesitar aclaraciones acerca
de su importancia y utilidad. La ventilación
emocional puede tener lugar de manera inci-
dental desde la primera entrevista, o de mane-
ra deliberadamente estructurada a través de
técnicas como el análisis autógeno o similares
(28, 29, 30). La actitud del terapeuta debe ser
simultáneamente permisiva y contenedora,
desdramatizando la experiencia disfórica, y e-
ducando sobre el significado y la metodología
de la descarga emocional. Las emociones son
tratadas como indicadores de estados internos
y como la expresión de decisiones y juicios ex-
traconscientes; se aceptan, por lo tanto, como
fuentes de información, al mismo tiempo que
se desactivan como sufrimientos indeseables.
5. Recontextualización.
Una crisis significa una ruptura con los pun-
tos de vista habituales, y en ella se barajan e-
lementos que no pueden ser integrados en el
mundo interno sin crear notable destrucción
del mismo. Recontextualizar es poner las co-
sas en perspectiva, redefinir las situaciones y
decidir actuaciones en términos más acordes
con una visión positiva de la realidad. No se
trata de engañarse, edulcorar las cosas o mi-
nimizar las tragedias, sino de operar desde un
punto de vista que permita sacar partido de la
experiencia. Así, al dar prioridad a la informa-
ción disponible para resolver la crisis, se evita
concentrarse en la experiencia disfórica como
principal contenido de la conciencia. Priorizar
tiene efectos paradójicos, por cuanto que con-
centrarse en el problema y aplicarle técnicas
de resolución y recontextualización es más an-
siolítico que intentar pensar en otra cosa.
6. Recuperación y entrenamiento de capacida-
des pro-homeostáticas.
Nuestro organismo está dotado de meca-
nismos automáticos de autorregulación, encar-
gados de mantener el equilibrio interno frente
a los cambios y agresiones del entorno. Con
frecuencia, la operación de estos procesos
pro-homeostáticos se confunde con la causa
del sufrimiento que se quiere evitar, y, en lugar
de facilitar sus funciones, se intenta inhibirlas.
Así, por ejemplo, cuando en medio de una cri-
sis el sujeto afecto se despierta completa-
mente despejado a las cuatro de la mañana,
es posible que no se trate de un insomnio a
combatir con hipnóticos, sino de una sabia ar-
timaña cerebral para trabajar intensamente
durante unas horas en un escrito vital, en la
organización y revisión de documentos, etc, o,
simplemente, para meditar sosegadamente
sobre la situación y sus posibles soluciones.
Inversamente, cuando en periodos de intenso
cambio el sujeto se nota necesitado de más
horas de sueño de lo habitual, puede que eso
sea lo acertado, ya que dormir facilita la re-
elaboración de información contradictoria y la
consolidación de nuevas memorias. Es fre-
cuente observar que las técnicas de medita-
ción inducen estados naturales que no sola-
mente potencian la capacidad de resistir el es-
trés, sino que además facilitan la reconexión y
reelaboración de procesos mentales, con la
consiguiente reestructuración del mundo inter-
no (31).
7. Medicación psicotropa.
La intervención en la crisis es fundamental-
mente un procedimiento psicoterapéutico. Pe-
ro ello no obsta para que, en algunos casos,
pueda ser conveniente asociar tratamiento psi-
cofarmacológico, ilustrado por el diagnostico
patogenético, e integrado con la estrategia te-
rapéutica general. Los antidepresivos de nue-
va generación son útiles por su efecto incre-
mentador de la resistencia al estrés, sobre to-
do cuando la sintomatología depresiva está ya
presente. Cuando en el curso del afrontamien-
to de la crisis aparecen cuadros depresivos
serios, es difícil obtener una buena respuesta
a la psicoterapia antes de que se logre una
cierta recuperación farmacológica de la fun-
ción limbo-hipotalámica. Los ansiolíticos son
menos útiles, y, en todo caso, de rendimiento
inferior a un buen entrenamiento en relajación
o meditación. Sin embargo, deben ser tenidos
José Luis González de Rivera y Revuelta
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en cuenta en las disomnias de estrés, utilizan-
dolos como ayuda provisional, no como solu-
ción definitiva. Naturalmente, cuando el pa-
ciente presenta síntomas que desbordan la
respuesta de estrés relacionada con la crisis,
como en las psicosis reactivas, el tratamiento
farmacológico debe ser enérgico y apropiado.
Es preciso, además, tener en cuenta que pro-
cesos psicóticos silentes y predisposiciones
depresivas pueden ser reactivados en situa-
ciones de crisis, estando indicado en este ca-
so el tratamiento preventivo con estabilizado-
res del humor, como litio, carbamazepina o
clonazepam
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